Que una serie de historieta cumpla 70 años con sus personajes en la mente de muchísimos lectores… no es casualidad.
Zipi y Zape, de Josep Escobar, llegan a esta celebración en 2018, desde que aparecieron por vez primera en el n.º 57 de Pulgarcito (publicado, según la web Tebeosfera, el 30 de julio de 1948) con el título de Zipi y Zape, hermanos.
La longevidad de Escobar permitió conceder esa misma perennidad a Zipi y Zape, que fueron realizados por este grande de nuestra historieta entre 1948 y 1994, año en que falleció su creador. La serie, por supuesto, pasó por varias etapas. Recordemos que, de entrada, apareció en plena posguerra, una etapa crítica para nuestro país en el ámbito económico, político, social y humano. Y aunque Pulgarcito fuera, en teoría, una revista «para niños», lo cierto es que aquellos niños no eran como los de hoy y que, por extensión, era evidente que aquellas historietas también iban dirigidas a un lector adulto. Quizá por ello la etapa más «combativa» de Zipi y Zape es la primera, situada entre 1948 y 1955. Curiosamente, por entonces Zipi y Zape no eran irrespetuosos ni gamberros (de hecho, nunca lo han sido, sí pícaros que hacen trastadas, pero sin perder el respeto por nadie), [MGR1] antes al contrario. Eran dos almas cándidas, dos niños de buen corazón que aceptaban la autoridad paterna, pero a los que su espíritu libre e inquieto jugaba malas pasadas. Querían utilizar su astucia e inteligencia para ayudar a sus progenitores y a sus iguales, sin transgredir el orden establecido, solo que su entusiasmo era tan irrefrenable que generaban un verdadero vendaval a su paso, ocasionando considerables alborotos que solían finalizar con pequeños o grandes desastres cotidianos.
Escobar provocó la tensión en la serie al habitar ese espíritu independiente y desenvuelto en un hogar de rígida estructura moral[MGR2] , una casa gobernada por Don Pantuflo Zapatilla (inicialmente llamado Raguncio Feldespato) y por Doña Jaimita Llobregat, unos padres estrictos que, al fin y al cabo, seguían unas pautas establecidas por unos códigos educacionales ya algo desfasados en 1948. Don Pantuflo Zapatilla, un hombre severo que aplicaba una pedagogía vetusta transmisora de valores decimonónicos, era catedrático en Filatelia y Colombofilia (léase: cría y adiestramiento de palomas) y sobre todo al principio aplicaba a sus vástagos unos castigos desmedidos (quemarlos, tirotearlos, aplastarlos con una apisonadora…) y, hoy en día, considerados políticamente incorrectos. Por su parte, Doña Jaimita Llobregat es una clásica ama de casa, ocupada en las tareas del hogar y en intentar mediar por sus hijos, aunque sin abandonar la, por entonces, debida sumisión a los designios de su ilustre marido. No olvidemos tampoco el contexto de la serie: o sea, se trata de una saga humorística de clara inspiración burlesca.
Todo cambió hacia 1955, cuando las pautas legales establecidas por el gobierno autárquico para las publicaciones infantiles y juveniles empezaron a publicarse en el Boletín Oficial del Estado, señalando aquello que no era conveniente que apareciera en un tebeo. Se templó, pues, el desacato a la autoridad paterna, y los castigos empezaron a «dulcificarse», hasta terminar con Zipi y Zape en el cuarto de los ratones (que, con el tiempo, también desapareció). La actitud de Don Pantuflo Zapatilla hacia sus vástagos fue, pues, suavizada, convirtiéndose en un padrazo que intentaba inculcar a sus hijos ideas altruistas; los propios hermanos Zapatilla perdieron algo de intensidad en sus acciones, evitando las situaciones más críticas hacia los estamentos autoritarios, concentrándose en trifulcas más livianas, menos comprometidas con ese reflejo grotesco de la realidad social que fueron los tebeos de Bruguera entre 1947 y 1955.
Zipi y Zape fue publicándose en historietas de una o dos páginas hasta finales de los años sesenta en revistas como Pulgarcito, la segunda etapa de Tío Vivo o Suplemento de Historietas de El DDT hasta que Bruguera, tras descubrir gracias a una encuesta entre sus lectores que se trataba de la segunda serie más popular de los tebeos de la editorial, animó a Escobar a realizar aventuras de larga extensión.
En 1970, y en la cabecera Mortadelo, Zipi y Zape empezaron a vivir diversas historias de 44 páginas (un total de dieciséis, a las que cabe añadir la aparecida en Súper Zipi y Zape, Futbolerías), que permitieron a su creador desarrollar más cómodamente la personalidad de sus criaturas, hilando sus gags mediante un argumento de fondo que daba pie a situaciones en las que los hermanos Zapatilla se movían cómodamente a su antojo. El éxito de estas historias, recopiladas en formato de libros desde 1971, confirmó la gran repercusión de Zipi y Zape entre los lectores de Bruguera, dando paso a una nueva revista que llevaría el nombre de la serie en 1972. En la cabecera Zipi y Zape Escobar escribió y dibujó historietas cortas de cuatro páginas de sus criaturas, ampliando el elenco de personajes secundarios de la serie: a Miguelita, la hermana de Doña Jaimita y madre de Sapientín, el primo superdotado de Zipi y Zape; los abuelos Zapatilla, padres de Don Pantuflo; el doctor Pildorín, médico de la familia; Don Ángel, el policía de la vecindad Don Minervo, el esforzado maestro de Zipi y Zape, y algunos de sus compañeros de escuela, como Peloto Chivátez o Lechuzo, se unirían otros como los también gemelos Triqui y Traque o el gamberro Pachón. A Zipi y Zape, Editorial Bruguera uniría otras revistas con el sello de estos personajes, como Súper Zipi y Zape (1973) o Zipi y Zape Especial (1978).
Las historietas de Zipi y Zape en sus revistas aparecían como más «infantiles»; la censura había establecido definitivamente aquello que no se podía publicar en las revistas infantiles y juveniles desde 1967, y la serie se concentró más en detalles relacionados con la escuela o con problemas caseros de menor magnitud. Zipi y Zape continuó siendo publicada en las revistas de Bruguera hasta su cierre en 1986, para reaparecer en 1987, ya en Ediciones B, en cabeceras como Zipi y Zape (1987), Súper Zipi y Zape (1987) o Zipi y Zape Extra (1991). Además de su presencia en Bruguera, conviene destacar una curiosa aventura larga, Las aventuras políticas de Zipi y Zape, escrita por Manuel Vázquez Montalbán y dibujada por Escobar, que mostró una nueva lectura de la serie durante su publicación en la revista Tiempo de Hoy en 1988. Escobar, ya con más de 80 años, siguió escribiendo y dibujando la serie, como hemos dicho, hasta su fallecimiento en 1994; de nuevo, la saga mantuvo en esta última etapa ese tono más infantil, más inocente, pero, eso sí, con su creador evidenciando su gran profesionalidad como historietista.
Zipi y Zape se convirtieron también en reclamo para la venta de productos relacionados con la infancia, como juegos de construcción (Arkimos) o productos alimenticios, como las tiras de sus aventuras aparecidas en marcas de pastelitos (Cropan) o historietas realizadas para una empresa de elaboración de flanes (Potax). En 1981 los hermanos Zapatilla fueron trasladados a la pantalla grande en la película Las aventuras de Zipi y Zape, dirigida por Enrique Guevara, con los hermanos Francisco Javier y Luis María Valtuille como los gemelos protagonistas. Tras el fallecimiento de Escobar, aparecieron videojuegos, CD interactivos, una serie de televisión producida por BRB International (2003-2005) y nuevas aventuras de Zipi y Zape realizadas por Juan Carlos Ramis y Joaquín Cera (ocho álbumes entre 2000 y 2001). Aparte de sus más o menos continuadas reediciones, Zipi y Zape volvieron al cine en dos nuevas películas: Zipi y Zape y el Club de la Canica (Oskar Blanco, 2013, con Raúl Rivas como Zipi y Daniel Cerezo como Zape) y Zipi y Zape y la isla del capitán (Oskar Blanco, 2016, con Teo Planeli en el papel de Zipi y Toni Gómez en el de Zape).
Zipi y Zape siguen vivos, porque lo están en la mente y el corazón de muchos de sus lectores.
Deseamos que la nueva etapa liderada por EscobarLicense, agencia ideada por su nieto para la gestión de los derechos de autor y las marcas industriales propiedad de la familia Escobar, le dé a Los Zipi y Zape una nueva oportunidad en un sector tan competitivo como el de las licencias infantiles.
(www.escobarlicense.com / @escobarlicense / www.zipiyzape.com / zipiyzape_theoriginal)
Esta muestra es un homenaje a esta gran serie de Escobar, y también a ese genio de la historieta que es su creador.
JOSEP ESCOBAR, UN CREADOR MULTIDISCIPLINARIO
No sería justo dedicarle una exposición a Zipi y Zape sin hablar de su creador, Josep Escobar. Por tanto, haremos aquí una breve semblanza profesional de este gran autor, y posteriormente dividiremos su obra en aquellas actividades que desarrolló, más allá de su trabajo como historietista y de su serie Zipi y Zape.
Y es que Josep Escobar i Saliente (Barcelona, 22 de octubre de 1908 - 31 de marzo de 1994) fue un artista multifacético, que dejó una impronta muy personal en diversos terrenos de la cultura popular. Cuando todavía residía en Granollers, ciudad barcelonesa a la que había emigrado con su familia en 1915, Escobar empezó a publicar como profesional, con solo 14 años, en revistas como Virolet, En Patufet y Sigronet sus primeros chistes e historietas. En la revista vallesana La Gralla destacó en los años veinte como escritor, ilustrador y caricaturista, al tiempo que realizaba diversos trabajos publicitarios. Desde 1934, de vuelta a su Barcelona natal, se convirtió en colaborador habitual de tebeos como Pocholo o, posteriormente, TBO. Su capacidad para el dibujo le permitió también trabajar como ilustrador en cabeceras como Lecturas o Papitu, mientras que en su faceta de humorista destacaba en publicaciones de humor crítico y satírico como Gutiérrez o L’Esquella de la Torratxa, trabajos que compaginaba con su oficio de cartero en una estafeta de correos. Durante la Guerra Civil, Escobar se convirtió en firma habitual del semanario L’Esquella de la Torratxa, claramente afín a la República y crítico con los golpistas. Al finalizar la contienda, fue juzgado por un tribunal militar y encarcelado durante cerca de dos años. Al ser represaliado como funcionario de correos, tras salir de prisión, Escobar retomó otra de sus inquietudes artísticas, el dibujo animado, trabajando primero en Hispano Gràfic Films y posteriormente en Dibujos Animados Chamartín como director de cortos de animación de diversas series (Civilón, Pituco o Zapirón); su última aportación a la animación la llevó a cabo en 1950 como guionista y director de animación del largometraje Érase una vez.
En 1944 volvió a dibujar historietas para publicaciones como Leyendas Infantiles, Aventurero, TBO o Cucú, para a partir de 1946 convertirse en una de las firmas habituales de Editorial Bruguera y de su renacido Pulgarcito. Allí creó decenas de personajes y destacó por series como Carpanta (1947) o Zipi y Zape (1948), a las que se unieron otras como Doña Tula, suegra (El DDT, 1951) o Petra, criada para todo (Pulgarcito, 1954). En 1953 colaboraró en una revista humorística para adultos, ¡Tururut! (34 números), editada y dirigida por el humorista gráfico Cesc. Junto a otros creadores de Bruguera como Cifré, Conti, Eugenio Giner y Peñarroya, Escobar puso en marcha una nueva editorial, concentrada básicamente en la publicación del semanario Tío Vivo, para el que concibió series como Blasa, portera de su casa.
Un año después, Tío Vivo fue adquirido por Bruguera, editorial para la que Escobar continuó colaborando hasta su cierre en 1986, generando obras tan destacadas como Don Óptimo (1964), Toby (1967) o Plim el Magno (1969). La popularidad de Zipi y Zape lo llevó a concentrarse de forma casi exclusiva en esta serie a partir de la década de los años setenta, tarea en la que continuó desde 1987 para Ediciones B (tras su adquisición del fondo editorial de Bruguera) hasta su fallecimiento en 1994. En 1968, Escobar hizo gala de su catalanismo al colaborar activamente en la nueva versión de la revista Patufet (Baguñá Hermanos, 1968-1973).
Escobar fue también, desde 1957, autor de varias obras teatrales escritas en catalán y representadas en el circuito del teatro de aficionados, amén de guionista de televisión (escribió los guiones de la serie Carpanta para TVE en 1960), autor de varios cursos de dibujo por correspondencia (1953) e inventor (un juego de billar y otro de bolos, una petaca y dos proyectores caseros de cine).
EL CARICATURISTA
En realidad, el Escobar caricaturista nació muy pronto. De niño se dedicó a dibujar en las paredes de la calle Sant Roc de Granollers (una de las más céntricas de esta población) escenas futbolísticas con los ases del momento (Zamora, Samitier o Alcántara); su objetivo era que algún editor barcelonés que pasara por allí le contratase, pero tuvo un descuido… nunca firmó sus trabajos. Ya desde 1924, cuando inició su colaboración en la revista de Granollers La Gralla (Publicacions La Gralla, 1921-1937), uno de sus trabajos fue realizar caricaturas de personajes famosos de la ciudad. Incluso llegó a escribir en esta cabecera un texto sobre la caricatura: «Espejo convexo donde se reflejan nuestros cuerpos y nuestras pasiones. De este reflejarse surge lo grotesco. La caricatura es grotesca y domina sobre un reino infinito, cuyos vasallos son todas las cosas existentes e inexistentes. El ridículo es una de sus mayores fuerzas».
Aunque concentró su trabajo como caricaturista en la década de los años veinte del siglo pasado, Escobar jamás la abandonó, ya que, aparte de publicar muchas autocaricaturas, ideó el curso de dibujo por correspondencia La caricatura personal (1953). Por otro lado, Escobar incluyó caricaturas de su mujer y de sus nietos en algunas historietas de Zipi y Zape.
LAS PRIMERAS HISTORIETAS
Fue entre 1922 y 1936 cuando Escobar publicó sus primeras historietas. De hecho, la primera apareció en 1922 en la revista Virulet (Baguñá, 1922-1931), o sea, cuando el autor contaba con 14 años. Ese mismo año colaboró también en En Patufet (Baguñá, 1904-1938), y posteriormente sus viñetas pudieron leerse en Sigronet (El Gato Negro, 1924-1928) o La Gralla (Publicacions La Gralla, 1921-1937). A partir de 1933 trabajó para revistas satíricas como Gutiérrez (Rivadeneyra, 1927-1934), L’Esquella de la Torratxa (1872-1939) o La Campana de Gràcia (1870-1934), y en 1934 inició una fructífera colaboración en la revista Pocholo (Publicaciones Pocholo, 1931-1937), donde aparte de historietas de grafismo realista publicó series humorísticas como Bernabé, el mayordomo ideal, Carmencito Atleto, Pelo Tieso o Tim-Oteo, detective. En 1935 empezó a trabajar para la famosa revista TBO.
LA GUERRA CIVIL
Escobar se afilió al Sindicat de Dibuixants Professionals, constituido en abril de 1936 en Barcelona para, según palabras del cartelista e ilustrador Carles Fontserè, «disponer de un organismo que defendiera a los profesionales de los malos usos ejercidos por los intermediarios, directores de publicidad y patronos o empresarios». En julio de ese año, ante el estallido de la Guerra Civil, la UGT encargó al Sindicat la realización de la revista satírica L’Esquella de la Torratxa, experiencia que finalizó en enero de 1939. Allí, Escobar publicó diversos chistes e ilustraciones de marcado carácter republicano y destacó además por su contundencia gráfica y riesgo expresivo. Al mismo tiempo, siguió colaborando en la revista TBO.
LA PRISIÓN MODELO
En 1939, al finalizar la Guerra Civil, Escobar fue juzgado por «rojo y separatista» y condenado a seis años y un día de prisión. Por tanto, fue represaliado de su trabajo como funcionario del servicio de correos y trasladado a la prisión Modelo de Barcelona, donde permaneció durante un año y medio, hasta que en noviembre de 1940 le concedieron el régimen de libertad controlada. En esa etapa, Escobar siguió dibujando, realizando ilustraciones y caricaturas de los presos. Algunos de estos trabajos forman parte de esta galería. También realizó distintas caricaturas con papiroflexia.
EL ANIMADOR
Josep Escobar empezó muy pronto a interesarse por la animación. De hecho, en 1933 realizó junto al fotógrafo y cineasta de Granollers Josep Bosch (1897-1966) el cortometraje La rateta que escombrava l’escaleta. En 1940 empezó a colaborar en la empresa Hispano Gràfic Films, donde formó parte del equipo dirigido por el ilustrador e historietista Salvador Mestres (1910-1975) que realizó varios cortometrajes de la serie Juanito Milhombres; entre los miembros de ese equipo figuraban Muntañola, Francisco García o Cornet. También en Hispano Gràfic Films colaboró en varios cortos de la serie El fakir González (1941), junto a Muntañola (1914-2012), que acabó siendo uno de los puntales de TBO. En 1941, la citada Hispano Gràfic Films y Dibsono Films se unieron para concebir la empresa Dibujos Animados Chamartín, donde Escobar ejerció de animador y de director de cortometrajes de series como Pituco, Zapirón o Civilón; Escobar permaneció en esta empresa hasta 1949, compartiendo estudio con otros historietistas, como Cifré (1922-1962), Iranzo (1918-1998), Peñarroya (1910-1975) o Urda (1888-1974). En ese periodo, apareció el Escobar inventor, que generó y patentó un sistema de proyección de cine casero, el Cine Skob, para el que confeccionó microfilmes que adaptaban cuentos infantiles como La cigarra y la hormiga, Ali-Babá y los cuarenta ladrones o Juan sinmiedo, así como otros de personajes ajenos (la familia Pepe, de Iranzo, o Eustaquio Morcillón y Babali, de Buigas y Benejam) o propios (Carpanta y Zipi y Zape). Finalmente, la relación de Escobar con el dibujo animado se cerró con el largometraje Érase una vez… (1950), en el que ejerció de guionista y director de animación. Érase una vez… fue una ambiciosa producción en la que participaron cerca de 100 profesionales; el film, dirigido por Alexandre Cirici-Pellicer, obtuvo una mención especial en el Festival de Cine Infantil de Venecia.
LA EXPERIENCIA BRUGUERA
Cuando en 1946 el director de publicaciones de Editorial Bruguera Rafael González (1910-1995) buscaba dibujantes para la prevista reaparición de la revista Pulgarcito, encontró entre otros a Josep Escobar. Entre 1946 y 1956 Escobar dedicó una gran parte de su trayectoria profesional a esta empresa con sus historietas. De hecho, fue el autor de la portada del n.º 1 de Pulgarcito (diciembre de 1946, según Tebesofera), y desde entonces creó para esta cabecera series como Trifón Polillo (1947), Carpanta (1947), Pelaya, la solterita (1948), Atleto, el deportista (1948), Zipi y Zape, hermanos (1948), Petra, criada para todo (1954), Pepe Deporte (1954) o Filo Mochales (1956). Al mismo tiempo, colaboró activamente en otras revistas de Bruguera, como El Campeón (Tres Pelos y Kid Pantera, 1948), Súper Pulgarcito (Filomeno, 1949) o El DDT contra las penas (Don Telescopio y Doña Tula, suegra, ambas de 1951).
UN AUTOR DEL TÍO VIVO
A partir de 1956, los colaboradores de Editorial Bruguera tenían que firmar un contrato en el que, entre otras cosas, se establecía el trabajo que debían hacer, el dinero a cobrar y, también, que trabajaban con personajes que eran propiedad del editor. Aparte, la empresa estaba creciendo (se convirtió en Sociedad Anónima en 1954), y dos de los autores básicos de la casa (Cifré y Peñarroya) habían sido invitados a abandonar las oficinas para trabajar en sus casas. Quizá algo de esto tuvo que ver en el hecho de que en 1957 cinco de los más afamados colaboradores de Bruguera abandonasen la editorial para formar una nueva. Fue José María Freixas, por entonces gerente de la empresa Crisol, especializada en publicidad y que, durante algún tiempo, compartió oficinas con Bruguera, quien puso el capital para financiar Dibujantes y Editores Reunidos (DER). Los «cinco magníficos» fueron Cifré (Tribulete), Conti (Carioco), Eugenio Giner (el inspector Dan), Peñarroya (Don Pío) y… Escobar (Carpanta o Zipi y Zape). En una de las contadísimas experiencias autogestionarias en la historia editorial del franquismo, fundaron una nueva revista, Tío Vivo, muy bien diseñada, moderna, dirigida a lectores de todas las edades, con historietas, chistes y secciones de texto… y todo este material era propiedad de sus creadores.
Cifré aportó la serie Golondrino Pérez; Conti retomó a sus Tarúguez y Celedonio, que eran personajes suyos, y retituló la serie Tarúguez y Cía.; Escobar aportó Blasa, portera de su casa, El Mago Assieres y El Profesor Tenebro; Eugenio Giner hizo lo propio con Lolita y Enrique se van a casar, y Peñarroya concibió La familia Pí. A ellos se unirían colaboradores como Enrich, Pañella, Josep Maria Lladó u Oli. A pesar de su calidad, Tío Vivo, por un lado, sufrió las «embestidas» de Bruguera, que lanzó al mercado nuevas publicaciones (entre 1957 y 1960: Selecciones de Humor de El DDT, Can Can, Ven y Ven, Suplemento de Historietas de El DDT y El Campeón) y, por otro, tuvo problemas de distribución, generados por la misma Bruguera. En 1958 los nombres de los «cinco magníficos» habían desaparecido de los créditos, y en 1960 (concretamente en el n.º 147), los créditos certifican que la nueva propietaria de la revista es Editorial Bruguera. Escobar, en una entrevista publicada en Escobar: Rey de la Historieta (Editorial Bruguera, 1985) recordaba así aquellos momentos: «Juntos creamos Tío Vivo con la intención de hacer una revista más moderna que las existentes, con más texto, independizando la labor de los dibujantes. La fórmula funcionó muy bien al principio; luego, por una mala administración del editor, empezaron a fallar los números y la revista la compró Bruguera». En efecto, Bruguera la compró, la cerró en 1960 y volvió a publicarla en 1961 con un nuevo enfoque más «brugueriano».
REGRESO AL REDIL DE BRUGUERA
Curiosamente, la huida de Cifré, Conti, Escobar, Giner y Peñarroya provocó que Bruguera contratase a nuevos humoristas gráficos, entre los que se contaban Gin, Ibáñez, Raf, Segura, Nené Estivill, Gosset o Sanchís. Todos ellos siguieron colaborando para Bruguera cuando en 1958 los cinco creadores de Tío Vivo regresaron a la editorial. Bruguera era consciente del peso de sus firmas, de sus cualidades y del éxito de sus personajes; les compró todo el material de Tío Vivo por un buen precio y volvió a incorporarlos a sus publicaciones. Escobar se concentró en sus personajes para Bruguera hasta 1986. Retornó a Carpanta, Zipi y Zape y Petra, criada para todo, y concibió un largo listado de nuevas series: Pituca y su perro (Pulgarcito, 1958), Don Verdades (Suplemento de Historietas de El DDT, 1958), Doña Tomasa, con fruición, va y alquila su mansión (EL DDT, 1959), Don Despistio (Suplemento de Historietas de El DDT, 1959), Doña Trini y sus animalitos (Tío Vivo, 1960), El dependiente Vicente (Tío Vivo, 1960), Aquí tienen a Julito, un terrible gamberrito (El Campeón, 1960), Conchito (El Campeón, 1961), El hincha Don Menisco, donde se mete arma el cisco (El Campeón, 1961), Noemí, la negrita y Clarita, su amiguita (El DDT, 1963), Filomeno y su taxi Genovevo (El DDT, 1963), Don Óptimo (Tío Vivo, 2ª época, 1964), José y Pepe, hermanos gemelos (Pulgarcito, 1965), Toby (DDT, 1967), Don Casanovo (Can Can, 1967), Topito y Patosito (Tele Color, 1967), Plim, el Magno (Pulgarcito, 1969), Melitón, bombero de afición (DDT, 1969) o Aniceto, el artista completo (DDT, 1970).
Fue también en esta época cuando se publicaron algunas aventuras largas de Zipi y Zape en el semanario Mortadelo y aparecieron revistas como Zipi y Zape (1972), Súper Zipi y Zape (1973), Súper Carpanta (1977) o Zipi y Zape Especial (1978), amén de los muchos libros que compilaban sobre todo las aventuras de Zipi y Zape. En 1986, cerró Editorial Bruguera.
EL PORTADISTA
Una de las facetas quizá menos conocidas de Escobar es la de ilustrador de portadas. Y no nos referimos aquí a las historietas que aparecen en las cubiertas de los tebeos, sino en aquellas portadas que presentan una ilustración única a color, en ocasiones realizada enteramente a mano, otras con un dibujo a línea coloreado posteriormente por el grabador. Escobar, en Bruguera, realizó bastantes portadas con ilustraciones a todo color, pintadas a mano. Fue, básicamente, en la revista El DDT (entre 1961 y 1964), en la primera etapa de Tío Vivo (unas seis en 1960) y, sobre todo, en la segunda época del mismo Tío Vivo, donde publicó cerca de treinta entre 1961 y 1964. Al mismo tiempo, realizó con esta técnica seis portadas de Zipi y Zape en la colección de libros Alegres Historietas (1971-1972). Escobar evidenció una excelente técnica y un cromatismo muy bien elaborado.
Respecto a las portadas realizadas a tinta china y coloreadas posteriormente de manera mecánica, Escobar realizó para Editorial Bruguera cientos de ellas. Por ejemplo, las 715 de la revista Zipi y Zape (los 673 números regulares y los 42 extraordinarios, 1972-1986), las 153 de Súper Zipi y Zape (1973-1983), las 167 de Zipi y Zape Especial (1978-1986), las 56 de Súper Carpanta (1977-1981) o las cerca de 80 de la colección Olé! (entre 1971 y 1986). Para Ediciones B, y siempre como ilustraciones en blanco y negro originales, Escobar dibujó más de 400 portadas entre las revistas Zipi y Zape (1987-1991), Súper Zipi y Zape (1987-1994) y Zipi y Zape Extra (1991-1996) y la colección Olé! (1988-1992).
DE BRUGUERA A EDICIONES B
Antes de que Escobar volviera a Zipi y Zape y a Carpanta con nuevas historietas para las publicaciones de la recién creada Ediciones B, realizó la serie Terre & Moto para la revista Guai! (Ediciones Junior, 1986). Ya como colaborador de Ediciones B, como decíamos, retomó a Carpanta y sobre todo a Zipi y Zape, con nuevas aventuras aparecidas en las revistas Zipi y Zape, Súper Zipi y Zape y Zipi y Zape Extra. En 1988, para la revista El Tiempo de Hoy, y con guiones de Manuel Vázquez Montalbán, dibujó la historieta larga Las aventuras políticas de Zipi y Zape.
Su última serie fue Cartas a Lino, sobrino, publicada a partir de 1988 en el TBO de Ediciones B; se trata de una serie de tiras que recuerda a una del propio Escobar realizada entre 1956 y 1965 para la revista Glosa (Revista de Actualidad y Amenidades para la Clase Médica Española).
EL INVENTOR
En el capítulo dedicado a los dibujos animados ya les hemos hablado de un invento de Escobar, el Cine Skob, de 1942, del que, además de fabricarlo y de confeccionar las películas, se ocupó de las carátulas y de la promoción. Diez años después, perfeccionó este sistema de proyección casera con Cine Stuk, en el que también confeccionó microfilmes de algunas de sus criaturas, como Carpanta o Zipi y Zape. Pero la pasión inventora de Escobar fue más allá. En los años cuarenta creó la Petaca Skob, un recipiente perfecto para transportar la picadura que se utilizaba para liar cigarrillos, pero no sobrevivió mucho tiempo, porque las marcas de cigarrillos ya los comercializaban ligados. En la década de los cincuenta inventó el Chapó Skob, un juego muy parecido al billar, solo que en lugar de tacos se practicaba con tubos provistos de muelles que impulsaban las bolas y derribaban unos conos; ganaba quien más conos derribaba. Y hubo otro invento: los Bolos Skob, juego de bolos al uso, pero con la originalidad de incluir en su parte superior una cápsula de plástico transparente con varios dados, de manera que a los bolos caídos debían sumarse los puntos que aportaban los dados. Como pueden comprobar, Josep Escobar era un verdadero hombre del Renacimiento.
EL ACTOR Y EL DRAMATURGO
Escobar se sintió tentado también por el teatro, y por la escritura. Empezó como actor aficionado en los años veinte del siglo pasado, formando parte de cuadros escénicos de pequeñas compañías amateur, como las de Unión Liberal o el Casino de Granollers (Barcelona). Respecto a esta experiencia, en la que disfrutó de un cierto éxito de crítica, escribió Armando Matías Guiu en el libro Escobar: Rey de la historieta: «Según cuenta, siempre hacía papeles de viejo o señor maduro, a pesar de su juventud, debido probablemente a su voz grave y a su capacidad para encarnar papeles de cierta solemnidad».
En 1926 publicó en castellano El puñal del asesino, el monólogo de un reo condenado a muerte escrito en verso y en un único acto, seguido en 1928 de un opúsculo, también en verso, Un recuerdo a Miguel de Cervantes Saavedra. Su trayectoria como escritor teatral empezó en 1957, y siempre se desarrolló como autor aficionado y en lengua catalana. El 12 de mayo de 1957 estrenaba en el Ateneo Católico de San Gervasio (un barrio barcelonés) la obra Assaig general (Ensayo general), una pieza «metateatral», en el sentido de que escenificaba los avatares de un director y unos actores durante el ensayo de la obra de Àngel Guimerà Terra Baixa. Fue dirigida por Esteban Polls e interpretada, entre otros, por Rafael Anglada y Mercè Bruquetas, con la participación del propio Escobar y de su hija, Montserrat. La obra tuvo un éxito importante: disfrutó de más de 1.000 representaciones en Catalunya, Madrid, México o Argentina, fue emitida por Radio Nacional de España en 1958 y grabada en los estudios de Miramar de Barcelona de TVE en 1966, en esta ocasión con un plantel actoral compuesto básicamente por Àngels Moll, Anna Maria Barbany o Maifé Gil.
A Assaig general le siguieron A dos quarts de set, rapte (A las seis y media, rapto), estrenada el 28 de febrero de 1960 de nuevo en el Ateneo Católico de San Gervasio con dirección de Eduard Bosch, y Nou passatges per Palma de Mallorca (Nueve pasajes para Palma de Mallorca), dirigida por Francisco de A. Toboso y estrenada el 19 de febrero de 1961 en el Centro Moral y Cultural de Pueblo Nuevo (otro barrio barcelonés). Hubo otras dos piezas teatrales escritas por Escobar: Un drama a l’armari (Un drama en el armario) y L’altra cara de la Lluna (La otra cara de la Luna), que en 1965 ganó el Premio Lluís Masriera de teatro aficionado. De estas obras, escribió Joan Manuel Soldevilla en su libro El pare de Carpanta i Zipi y Zape: Josep Escobar o la lluita contra el silenci (Pagès Editors, 2005): «Los tebeos que escribe y dibuja nuestro autor no pueden esconder esta filiación teatral en su concepción general, en el uso mesurado y funcional del diálogo, en una planificación preferentemente frontal o en el gusto por que aparezcan constantemente los personajes protagonistas». El propio Escobar, en una entrevista que le realizó Jaume Perich para su sección «El mundo de la historieta» en el n.º 43 de DDT (13 de mayo de 1968), decía sobre la relación entre la historieta y el teatro: «En el fondo, una obra teatral es una o varias historietas entrelazadas con un objetivo final. Y, a la inversa, muchas de las historietas que se publican serían, con el debido tratamiento, unas estupendas obres teatrales».
EL PEDAGOGO
Otro de los aspectos creativos desarrollados por Escobar fue el de la pedagogía artística. En 1953 concibió tres cursos por correspondencia: Humor gráfico (35 lecciones), Caricatura personal (15 lecciones), del que ya hemos hablado, y Dibujos animados (25 lecciones). Estos cursos estuvieron accesibles hasta mediados de los años ochenta, y en ellos Escobar se dirigía personalmente a sus alumnos con sus comentarios y correcciones. De ellos, Escobar le dijo a Víctor Malope en una entrevista publicada el 19 de septiembre de 1980 en El Periódico de Catalunya: «Siempre dije a mis alumnos que no les enseñaría a dibujar, eso debían ya saber hacerlo, porque esta profesión se ha de sentir, empezar desde abajo, trabajar mucho y no desanimarse como les ha pasado a algunos de mis mejores discípulos». Curiosamente, uno de sus «discípulos» fue el escritor Terenci Moix, que en su juventud quiso ser dibujante.
EL PUBLICISTA
En la década de los años veinte del siglo xx, la publicidad era un arte en desarrollo, que estaba íntimamente ligada al dibujo. Escobar también desarrolló este terreno y el del diseño gráfico en aquella época, realizando dibujos publicitarios para marcas como Capilarín (para fijar y dar brillo al cabello), Cunisa (vitaminas para los conejos) o Masjvan (una zapatería). Curiosamente, el primer dibujo que cobró Escobar fue uno publicitario, en 1927.