El 12 de marzo de 1919 nacía Miguel Gila Cuesta, uno de los más completos humoristas españoles de todos los tiempos. Con camisa roja y armado con un teléfono, tocado ya fuese con una boina o con un casco, sus hilarantes monólogos –antecedente rústico de la actual stand up comedy– hicieron las delicias de varias generaciones de españoles. A parte de sus intervenciones en teatro, radio, cine, publicidad y televisión, con las que se ganó el cariño del público y una inmensa popularidad, Gila fue también, antes que comediante, dibujante de humor, y nos dejó una vasta obra en periódicos, libros y revistas. Humoristan pretende, con esta modesta exposición virtual, realizar un sentido homenaje a Gila, que en su libro de memorias Y entonces nací yo confiesa: «Más allá de mis actuaciones, lo que más amo es el dibujo humorístico, que sigo y seguiré prácticando».
Miguel Gila Nació en Madrid en 1919. Su padre había muerto dos meses antes y Gila se crio con sus abuelos, en el barrio de Chamberí. Abandonó los estudios a los 13 años y tuvo varios trabajos, desde pintor de coches a mecánico, empaquetador de café o fresador. Tenía 17 años cuando empezó la Guerra Civil. Militante de las Juventudes Socialistas, se hizo voluntario en el Quinto Regimiento de Líster, y terminaría la guerra en el 13 Batallón «Pasionaria». A finales de 1938 se produjo uno de los acontecimientos más terribles de su biografía. Gila contó repetidamente en entrevistas, y también en sus memorias su fusilamiento por un pelotón borracho, al que logró sobrevivir: «A mí me fusilaron. Lo que pasa es que me fusilaron mal.» Sin embargo, el escritor Ángel Palomino, compañero de La Codorniz y prologuista del libro Gila y sus gentes, puso en duda este episodio de la vida de Gila tras su muerte en un artículo en ABC (28/06/2001). Poco después fue hecho prisionero e internado en el campo de Valsequillo. Pasó por las cárceles de Yeserías, Carabanchel, Torrijos –dónde coincidió con el poeta Miguel Hernández– y finalmente cumplió un servicio militar de cuatro años en Zamora.
Aficionado de siempre al dibujo y al humor, se estrenó como dibujante publicando historietas en la revista Flechas y Pelayos y su suplemento Maravillas. Poco más tarde empezaría a colaborar en las revistas Domingo, Cucú, y finalmente a partir de 1945, en La Codorniz, utilizando el seudónimo «XIII». Al mismo tiempo, realizó otros trabajos, entre ellos el de reportero en el diario Imperio o el de locutor de radio en Radio Zamora. También dibujó en la revista ¡Hola!, y en 1949 colaboró en el número 10 de la revista universitaria salamantina Trabajos y días, una publicación en la que se inició la generación de intelectuales españoles de posguerra, desde Laín Entralgo, Camón Aznar o Lázaro Carreter, hasta Martín Gaite, García Calvo, o Sopeña Ibáñez.
En 1950 decidió dejar Zamora para hacer el salto a Madrid. Además de sus colaboraciones en La Codorniz, intentó infructuosamente colocar guiones de radio, comedias, guiones de cine y artículos en la prensa de la capital. En 1951 interpretó en el teatro Fontalba de Madrid un monólogo escrito inicialmente para el actor Antonio Casal. La repercusión fue inmediata y le ofrecieron un contrato como actor, empezando así una fulgurante carrera como humorista sobre los escenarios y también en varios programas de radio y la incipiente televisión española.
En 1953 abandonó La Codorniz por discrepancias con su director, Álvaro de Laiglesia, y formó parte del equipo que, junto a Mingote, puso en marcha la revista Don José. A pesar de su frenética actividad entre los escenarios, el cine y la radio, también publicó sus dibujos en la revista Selecciones de Humor del DDT de la editorial Bruguera.
En 1968 se instaló por un largo período en Argentina, desde donde alcanzaría una gran fama por todo el ámbito latinoamericano. Fundó junto al dibujante Rius la revista mexicana de humor La Gallina, y tras la muerte del dictador volvió a los escenarios españoles, regresando a España definitivamente en 1985. Fue una de las firmas puntales de la revista Hermano Lobo, junto a Chumy Chúmez, Forges, Perich y Ops. En la misma época colaboró en la revista Sábado Gráfico, en la última época de La Codorniz, y en la revista Muy Señor Mío. En 1995 empezaría a dibujar una viñeta diaria en El Periódico de Catalunya, en la sección «Encuentros en la tercera edad».
Gila falleció en Barcelona el 13 de julio de 2001. Recibió, entre muchas otras distinciones, el Premio Ondas (1993), la Medalla de Oro al Mérito en el trabajo (1995), o el Premi Internacional d’Humor Gat Perich (1999). Contaba con el cariño y la admiración del gran público y de todos sus compañeros de profesión. Dejó casi una veintena de libros, una larga colección de discos con sus monólogos, y una innumerable lista de intervenciones en radio, cine y televisión. Pero dejó, además, miles de sonrisas provocadas por su humor sorprendente, transgresor a la vez que sutil. Un humor directo y sorprendente, tan naif como descarnado.
Publicación Flechas y Pelayos 1941
Autor Gila
Publicación Flechas y Pelayos 1945 Historieta
Autor Gila
Publicación Maravillas 1944
Uno de sus monólogos más conocidos es el que narra su nacimiento:
«Yo tenía que nacer en invierno, pero como hacía mucho frío y en mi casa no tenían estufa, me estuve esperando para nacer en verano, con el calorcito. Así que nací por sorpresa. En mi casa ya ni me esperaban. Mi madre había salido a pedir perejil a una vecina, así que nací solo, y bajé a decírselo a la portera. Dije: “¡Señora Julia, soy niño!” Y dijo la portera: “Bueno, ¿y qué?” Dije: “¿Cómo que y qué? Que he nacido y no está mi madre en casa, y a ver quién me da de mamar”. Y me dio de mamar la portera, poco porque estaba ya la pobre que ni para un cortado, de joven había sido nodriza y había dado de mamar a once niños y a un sargento de caballería que luego ni se casó con ella ni nada. Un desagradecido, porque me enteré que era un tragón, que cuando mamaba mojaba bizcochos en la teta. Después de que la portera me dio de mamar, me fui a mi casa y me senté en una silla que teníamos para cuando nacíamos, y cuando vino mi mamá con el perejil, salí a abrir la puerta y dije:
“¡Mamá, he nacido!” Y dijo mi mamá: “¡Que sea la última vez que naces solo!” Entonces le escribimos una carta a mi papá, que trabajaba de tambor en la Orquesta Sinfónica de Londres, y vino y se puso muy contento porque hacía más de dos años que no venía por casa. Y dijo: “Ahora sí que hay que trabajar”, porque ya éramos muchos en mi casa: éramos siete hermanos, mi papá, mi mamá y un señor de marrón, que no le conocía nadie y que estaba siempre en el pasillo. Le vendimos el tambor a unos vecinos, que no tenían radio ni gramófono, y con el dinero que nos dieron por el tambor, en lugar de gastárnoslo en champaña y en taxis y eso, lo echamos a una tómbola y nos tocó una vaca. Nos dieron a elegir: la vaca o doce pastillas de jabón, y dijo mi padre: “La vaca, que es más gorda”. Y dijo mi madre: “Tú, con tal de no lavarte, lo que sea”. Y nos quedamos con la vaca. La llevamos a casa y le pusimos de nombre Matilde, en memoria de una tía mía que se había muerto de una tontería. Mi tía se murió porque tenía un padrastro en el dedo gordo, empezó a tirar y se peló toda. La vaca la pusimos en el balcón para que tuviera la leche fresca. Se conoce que tenía un cuerno flojo, se le cayó a la calle y se le clavó en la espalda a un señor de luto. Al poco rato llamaron al timbre y cuando salió mi papá a abrir la puerta dijo el señor de luto: “¿Es de usted este cuerno?” Y dijo mi papá: “¡Yo qué sé!” Porque mi padre era muy distraído. Total, que el señor de luto se murió y a mi papá lo metieron preso por cuernicidio. Se escapó un domingo por la tarde que estaba lloviendo y no había taxis y empezó a gritar: “¡Estoy libre! ¡Estoy libre!” ¡En qué hora se le ocurrió gritar que estaba libre! Se le subieron ocho encima. Ahí murió, en el tumulto.
Entonces, como éramos muy pobres, mi madre hizo lo que se hacía en aquella época con los niños huérfanos: Nos fue abandonando por los portales. A mí me abandonó en el portal de unos marqueses que eran riquísimos, tenían corbatas y sopa, y cuando estaban enfermos se hacían las radiografías al óleo, y en la cisterna del retrete ponían agua mineral. Por la mañana salió el marqués, me vio, me levantó y me preguntó cómo me llamaba. Dije: “Como soy pobre, sólo me llamo Pedrito”. Y dijo: “Pues desde hoy te vas a llamar Jorge Javier, Luis Alfredo, Juan Carlos y Sebastián”. Y luego me llamaban Chuchi para abreviar. Los marqueses querían que estudiara el bachillerato, para aprender los ríos y las montañas y todo eso que, cuando somos mayores, nos sirve para hacer crucigramas, pero a mí no me gustaba estudiar, así que me escapé y me metí de ladrón en una banda, pero lo tuve que dejar, porque me puse enfermo del estómago y todo lo que robaba lo devolvía. Luego me puse a trabajar con un fotógrafo buenísimo que en las fotos te sacaba muy favorecido. Retrataba a un sargento de infantería canijo y en la foto le salía un almirante de marina con los ojos azules que daba gloria, pero un día me equivoqué y en lugar de poner el magnesio para una foto, puse dinamita y maté una boda. Bueno quedó un invitado, pero torcido, ni parecía invitado ni parecía nada, así que me fui a Londres y me coloqué de agente en Scotland Yard. Yo fui el que descubrí lo del asesino ese tan famoso que lo habrán oído nombrar, Jack El Destripador, que nunca lo he contado por modestia, pero se lo voy a contar a ustedes. La cosa fue así: resulta que apareció un hombre en la calle como dormido, pero como hacía más de un mes que estaba allí, dijo el sargento: “No sé. Mucho sueño para un adulto”. Entonces llamamos al forense, que ni era médico ni nada, pero como tenía un Ford le llamábamos El Forense. Vino corriendo, se acercó al tumbado, le dio seis patadas en los riñones y dijo: “Una de dos, o está muerto o lo que aguanta el bestia este”. Y estaba muerto. Entonces llamamos a Sherlock Holmes, vino con la lupa, le echó una mirada al tumbado y dijo: “Ha sido Jack El Destripador”, y dijimos: “¿Por qué lo sabe?” Y dijo: “Porque soy Sherlock Holmes y a callar todo el mundo”. Me enteré dónde se hospedaba Jack El Destripador, alquilé una habitación en el mismo hotel y como yo no soy partidario de la violencia, le detuve con indirectas. Nos cruzábamos en el pasillo y decía yo: “Alguien ha matado a alguien”. Al día siguiente nos volvíamos a cruzar y decía yo: “Alguien es un asesino”. Hasta que a los quince días dijo: “He sido yo, lo confieso, no me torture más”, y le detuve. Y lo de Londres lo dejé porque había mucha niebla y tenía que hacer la ronda palpando y me daba cada leñazo en la frente que dije: “Me voy a matar, mejor lo dejo”. Y lo dejé y ya me dediqué a esto que hago ahora.»
«¿En qué consiste mi humor? En llevar a la vida de los hombres la ingenuidad de los niños.» –Miguel Gila
«Su humor era inteligente por naturaleza.» –José Sacristán
«Compartíamos un pensamiento y es que no hay que tomarse la vida muy serio porque nadie sale con vida de ella.» –Pedro Ruiz
«Supo sacarle el lado humorístico a las más terribles situaciones: el hambre, la guerra, la miseria.» –Santiago Segura
«La gran lección de Gila fue combatir la intolerancia con su mejor arma: el humor”.» –Andreu Buenafuente
«Miguel Gila, a quien tanto admiré por su talento y su enorme capacidad para transmitir ese humor limpio, sorprendente e intangible en cualquiera de las edades del hombre. Un humor tan mondo y nítido que ni siquiera parece intelectual. Y lo es: surrealista.» –Ángel Palomino
«Gila es la gran carcajada del siglo XX.» –José Luis Coll
«El gran mérito de Gila es mezclar la ingenuidad con lo salvaje. Cuando Gila explica que detuvo a un criminal con indirectas – “Alguien ha matado a alguien” – Lo puedo volver a ver las veces que quiera y me voy a reír siempre igual.» –Berto Romero
«Gila es uno de los mayores genios del humor mundial. Con la herramienta del humor nos ha contado cosas crudísimas. “¿Es la guerra?” “Sí.” “¿Está el enemigo?” “Sí.” “Que se ponga.” Gila era un poeta del humor.» –José Mota
«Miguel Gila elevó el nivel medio del humor. Le dio un aporte intelectual. Viendo a Miguel yo me siento orgulloso de ser humorista. Era un gran actor, que actuaba muy bien, tenía una nariz muy cómica y unos rasgos en la cara muy definidos. Su línea era muy absurda y surrealista, podía conectar con las vanguardias de los años veinte y treinta. El humor de Gila gusta a tanta gente distinta por el absurdo. Es un humor blanco, que no ofende a nadie, que no molesta. Todo el mundo se identificaba con lo que contaba. No tenía la inquina que tenían otros comediantes.» –Javier Cansado
«A Gila, como a Unamuno, le dolía España y la gente que realmente quiere a su país lo pasa muy mal en estas circunstancias. Fue la primera persona que no contaba chistes, contaba historias, y era de un talento extraordinario. Ha habido frases que han quedado ya para los restos, como aquella famosa de Sherlock Holmes deteniendo a Jack el Destripador que se cruzaba con él en el pasillo y decía “Alguien ha matado a alguien”, es que ¡esto es la hostia! Tenía una sensibilidad especial para captar detalles costumbristas, y venía de un mundo muy concreto, donde esas pequeñas cosas a él le marcaban mucho y cuando las contaba lo obvio, nos hacía gracia.» –El Gran Wyoming
«En Gila encontramos perfectamente mezclados los dos registros, el poético y el humorístico. La descripción que hace de su entorno en los monólogos tiene una carga emotiva que no empequeñece al compararla con la que podríamos encontrar en los versos de poetas consagrados.» –Juan Carlos Ortega y Marc Lobato
«El humor de Gila es genial, intemporal, costumbrista, un poco infantil y muy inteligente. Y eterno, absolutamente eterno.» –Josema Yuste
«Miguel Gila convirtió la exageración en un arma para denunciar la realidad. La caricatura de la guerra, la caricatura de los paletos de los pueblos, eso era la realidad.» –Mingote
«Gila era un bien patrimonial mundial, como Petra, Palmira, las Cataratas del Niágara. Gila era eso un bien de la humanidad.» –Oscar Nebreda
«No todo era tan malo en el franquismo... estaba Gila.» –Perich
«Es un catedrático del humor, que enseña que humor no es decir lo primero que se te ocurra. Que para hacer humor hay que hacerlo con mucho rigor y sobre todo, es el gran maestro de las pausas, nadie hace pausas como Gila.» –Paco Mir
«Me hace reír a carcajadas. Creo que es el único que me hace reír así, a carcajadas.» –Quino
«El humorista más deslumbrante y el más gracioso de la generación de la posguerra […] Fue un enriquecedor del humor en los tiempos difíciles de la censura de la posguerra, un artista que huyó siempre de lo facilón y creó en La Codorniz el “chiste sin sentido”, que luego inspiró a toda una generación de humoristas de la España de los años 50.» –Chumy Chúmez
Publicación Don José